Hermann Karl Hesse, es uno
de los principales escritores alemanes que se dedicó a unir esos campos tan
distantes como lo es la espiritualidad y la psicología. Además de ser
novelista, también fue poeta y pintor. Sus obras retratan al humano como un
cristal roto, en busca de una respuesta, una verdad o tan sólo un camino para
justificar una vida.
Sus principales obras: Demian (1919), Siddhartha (1922), y El Lobo
Estepario (1927), demuestran la mejor trilogía de la identidad humana que
desmenuza Hesse para que sus lectores lleguen a una conclusión.
La vida para el escritor es
un constante cambio, pero ese cambio sólo es logrado por los pasos negativos y
positivos. Aquellos que se estancan, que caen a un vacío, pero que luego
ascienden para llegar a la luz. Y sin embargo, en el resplandor el individuo
aún se siente perdido. Pues ese laberinto es provocado no por el contexto, sino
por el mismo Ser que hace de su mundo algo tan complejo que se pierde el
sentido de todas las dimensiones.
“Hablamos mucho. Las
palabras ingeniosas no tienen el más mínimo valor y lo único que logran es
alejarte de ti mismo. Hay que saber compenetrarse en sí mismo, de la misma
manera en que lo hacen las tortugas”. Comentario de Demian dirigiéndose a
Sinclair.
La división del hombre, su
imagen en el espejo hace que éste mismo se desquebraje por la falta de
experiencia, la falta de vida de cada quien. Conocer quiénes somos, es uno de
los aspectos más conflictivos de los protagonistas de Hesse.
“Erase una vez un individuo,
de nombre Harry, llamado el Lobo estepario. (…) Había aprendido mucho de lo que
las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante
inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de
sí mismo y de su vida. Esto no pudo conseguirlo. Acaso ello proviniera de que en
el fondo de su corazón sabia (o creía saber) en todo momento que no era
realmente un ser humano, sino un lobo de la estepa”.
Y es que cada quien cuenta
con sus diversos seres (para bien o para mal), según el autor somos como una
pintura paisajista, donde los seres más grandes o minúsculos forman parte de
ese equilibrio natural. La cuestión es saber estar solos, pero no por inercia,
sino por convertir la existencia en el sentido más social y consiente de cada
objeto en el espacio, como diría Aristóteles con referencia a la conciencia del
individuo. Y también cómo diría Kant, elevarse por su propia conciencia. Pero
sin dejar a un lado nuestros miembros: nuestros ojos o manos y de más.
“Imagínese un jardín con
cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de
frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este
jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo comestible y la mala
hierba, entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín,
arrancará las flores más encantadoras, talará los arboles más nobles, o los
odiará y mirará con malos ojos.” Fragmentos de Tractat del lobo estepario (sólo para locos).
En la obra Siddhartha (1922), aborda en su sencilla
narrativa el autoconocimiento, ese que es llevado por la experiencia, donde el
individuo no se plantea un fin, o si lo hiciera, el resultado surgiría de
manera inesperada y diferente a la imaginada. El sentido y la verdad, ese ciclo
que parece vivir cada quien, parece repetirse en contextos y personajes
diferentes, pero que al fin y al cabo son parte de la vida. Sin duda, allí se
plantea ese “eterno retorno”, circulamos en un río con el mismo elemento: el
agua, pero que surge de diferentes nubes. En ese “repetir” no existe el apego,
sino que vemos los elementos como nuevos objetos, nuevas puertas para llegar a
caminos con un fin tras otro.
“Siddhartha permanecía
sentado, sin moverse, y su sonrisa recordaba que jamás había amado, que nunca
en la vida había tenido algo que considerar valioso y sagrado”. Extracto de la
narrativa de Siddhartha (1922).
La vida, en sus diferentes
arquetipos, es narrada por Hesse como una imagen para servir de espejo para sus
lectores. Allí no existe tiempo, lugar, o ficción. La realidad se posa en cada
palabra escrita por el autor, donde lo trascendental es algo cotidiano.
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