David Lynch es uno de los
directores vivos más importantes de la historia del cine. El estadounidense ha
popularizado el arte surrealistas en sus obras. Es considerado como un
innovador del mundo fílmico. Sin embargo, Lynch ha sido muy poco valorado por
las grandes industrias, y del gremio de premios cinematográficos. Pero el arte
no es valorado por un Oscar. El director ha triunfado en grandes premios de
cine, entre ellos, el Festival de Cannes.
Lynch siempre se han
mantenido fiel a su estilo, hasta con su película The Straight Story (1999), que es una pieza sin
excentricidades artística (sigue siendo algo extraño). La cumbre, o cima de su
estética no se pueden valorar en una sola obra, pues el director siempre
desarrolla un mundo que brilla por su originalidad, o por su genialidad en
relacionar elementos comunes en varias de sus películas (indirectamente).
Con el reciente estreno de la serie Twin Peaks
(2017), como una especie de continuación de la famosa serie y película homónima
de los 90s, Lynch nos deja un mensaje: seguirá haciendo obras de culto, sin
importar las limitaciones de la modernidad.
Es inevitable mencionar la obra de Lynch sin
apreciar sus elementos más comunes. Entre muchas de ellas, las cortinas rojas,
que tanto rodean el mundo de los personajes.
Hay que tener en cuenta que
cuando el director coloca una simple taza de café sobre una mesa, nos está queriendo
decir algo, la escena puede ser crucial por un café frío o caliente, amargo o
dulce. Así ocurre con el terciopelo. Y no es un elemento que sea codificado con
una simple mirada, sin análisis y profundidad.
Desde su primera película Eraserhead (1977) hasta la actualidad,
en casi todas sus obras Lynch ha dejado el elemento estilístico que se
menciona. Intencional o no, es una pieza puesta para ser objeto posible de
estudio. Sin embargo, las interpretaciones son individuales, hasta el director
cuando habla de sus obras no le gusta dar un sentido único, pues todo depende
de los ojos delatores.
Mulholland Drive (2001)
Las cortinas de David Lynch
por lo general se presentan en salas, en teatros donde los personajes pasan por
una etapa enigmática (en el más común de los casos, el inicio de un oscuro
desarrollo de la historia). El lienzo por lo general, en teatro, se utiliza
para hacer una singular combinación de misterio y magia, donde el público
recibe la energía de los actos y las palabras de los personajes.
Wild at Heat (1990)
La mirada del público sobre
el telón es un acto planeado, con fundamento psicológico, para el manejo de la
visión; las señales, los movimientos, son sensibles ante el espectador que
espera transportarse a una dimensión diferente a su realidad (¿a sus sueños?,
tal vez).
Blue Velvet (1986)
El teatro está presente en
obras como Eraserhead (1977), Mulholland Drive (2001); en tarimas de espacios íntimos o de
tertulias, Blue Velvet (1986), Wild at Heat (1990); o en los lugares de
ensueño, Twin Peaks (1990-2017). Todas ellas, con una íntima relación.
Mulholland Drive (2001)
Las cortinas pueden servir
para el abrir o cerrar de una representación, de una realidad para saltar a
otra. Sin duda, Lynch utiliza el terciopelo como objeto de elegancia, pero una
con tendencia para encajar momentos, o en el peor de las interpretaciones, para
anunciar la profundidad de lo trágico.
Según los estudios
simbólicos, tanto de la interpretación de los sueños, el terciopelo suele simbolizar
la riqueza. Posee un matiz de sensualidad (ejemplo de ello, Blue Velvet).
Eraserhead (1977)
Pero no hay que olvidar el
color, Lynch hace predominar el rojo. Aunque Eraserhead (1977), es una película en blanco y negro, nadie dudaría
que el telón de ese teatro epitafio, tuviera una tonalidad rojiza. Y, en el más
notado, Twin Peaks (1990-2017).
Twin
Peaks: Fire Walk with Me (1992)
En la psicología, el color rojo, expresa peligro,
atracción, pasión, dinamismo, calidez y agresividad. Además, puede causar
fatiga. Se vincula con el fuego, la sangre, la temperatura. No hace falta ser
un conocedor a profundidad, para deducir que casi todas las obras de David
Lynch comparten estos calificativos.
Sin duda el cine de Lynch
está entremezclado con el sueño y la realidad. La presencia de los lienzos son
el hilo conductor a un posible mundo de ensoñación o de lucidez, sin embargo,
entre lo real o no, los personajes tienden a confundir su objetivo. Como un
artista, al estilo Vermeer, el director le da sustancia a las escenas con ese
manto de ornamento, para invitarnos a un momento curioso sin intención alguna,
o para enviarnos al fondo más oscuro de la mente.
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