De la esquina Padre
Sierra a la esquina de Las Monjas, en Capitolio, Caracas, existe un camino que es
lugar de los vendedores y compradores de oro y dólares; también es el recorrido
de personas que van de un lado a otro para realizar sus diferentes actividades.
Pero en medio de esa calle, como una montaña mágica que nos ilumina los ojos, yacía
una gran hilera de estantes cargados de libros nuevos y viejos; el sonido de
las páginas y el susurro de los lectores atraían a más consumidores de libros, ¡una infinita mayoría!
Se trataba de una Feria de Libros. Algunos en promoción, otros un poco caros
pero accesibles, y otros con remate de 3 libros por 50 mil bs o más. En fin, la gente se acercaba
y no dudaba en preguntar a los vendedores, o simplemente curioseaban hojeando
esos mundos impresos. El Sol estaba en su mejor esplendor, iluminando las caras
de los libros y los rostros humanos que, por desconocimiento o humildad de
éstos últimos, eludían ser leídos a pesar de poseer mil y un cuentos en la
experiencia de sus vidas.
Uno de esos puestos aglomeraba cantidad de libros
cargados de historias e ideas profundas; dentro de la montaña de hojas estaban
dos personas que atendían y organizaban los estantes, éstos rondaban los
sesenta años de edad. Y por un momento me detuve (y aquí me coleo para cambiar
la narración a primera persona con unas breves palabras), pues vislumbraba que yo
les había realizado una entrevista el 10 de febrero del año pasado. Pasó por mi
mente ese momento, y fue como releer un relato que nació sin ser escrito al
instante.
A continuación la entrevista (que pudo ser realizada
ahora y, tal vez, mantener esa misma esencia):
En
una silla se encontraba sentada una de esas personas. Era un señor de estatura
mediana y con una cabellera gris al igual que sus bigotes. En su mirada había seguridad, visualizando en medio de la
marejada de personas algo que se estaba cumpliendo, como si la vida le
estuviera hablando en cada segundo. A su lado una señora que no perdía la
jovialidad de la juventud, a pesar de tener más edad de la que aparentaba.
Quienes estaban en ese puesto era el señor
Oscar Herrera y la señora Daymilia Romero, ofreciendo un trabajo que era más
que un simple oficio. El entrevistado se acercó a ellos, y el señor Herrera se
dispuso a dar unas palabras en medio de su labor, pues no tenía problema en
atender a todas las personas a la vez; podía recibir una oleada de personas si
ésta llegaba, como si fuese un árbol en la lluvia, teniendo el sentido humano
de valorar todo lo que llegara a sus manos.
Pero el tiempo era vital, aunque no era de
oro para apresurarse. La brisa y las canciones populares se escuchaban armonizando el sitio, más las voces de las
personas que siempre vociferaban un título o algo referente a los libros. Quién
pensaría que ese pequeño espacio de Caracas habría una luz latiendo, dando
esperanzas de una Venezuela culta y con ganas de serlo.
Al dar el gusto de ofrecer unas palabras,
el señor Herrera invitó a su compañera a que se acercara, ésta aceptó y se
sentó como si fuese un entrevistado más. Mientras que las personas rodeaban el
puesto de venta de libros, uno que otro interesado tocaba los libros y los
hojeaba, algunos preguntaban el precio y si había el título que ellos estaban
buscando, y así transcurrió el tiempo en cuanto las palabras daban vida.
Una
Familia llena de amor y cultura, esa fue la descripción
del señor Oscar Herrera que le dio a esa etapa infantil que vivió. “Nací y
crecí en Caracas, en medio de una familia con un arraigo cultural y amoroso en
su corazón, me inculcaron parte de lo que soy actualmente”, afirmó como si lo
estuviera viviendo cuando aún era un niño con ganas de leer y escribir en la
vida. Sus padres, Oscar Herrera padre y su madre María Antonieta Herrera, los
cuales no tenían un oficio profesional, sembraron una luz en la vida de su
hijo.
Los
libros fueron sus maestros, durante su juventud
gracias a los valores que fueron inculcados por su familia, le motivaron a
estudiar y de allí descubrió un mundo y un pensamiento que no cesaría. “Cuando
estudiaba letras en la UCV, existía una librería en Caracas, los Vientos del Este,
allí vendían muchas ediciones, y yo la frecuentaba. Los libros siempre fueron
esenciales en mi vida”.
Comenzando
un oficio sin fin, para el señor Herrera su formación fue
parte de su oficio, él aprendió gracias al recorrido de los libros en su vida.
Mencionó que “la venta de libros comenzó en varias etapas, pero realmente fue a
partir del año 1980. Ha habido interrupciones, pero con ésta propuesta de
divulgación del libro y la lectura, ya van 6 años con la fundación de Red de Comunicación Fabricio Ojeda”, explicó
con mucho orgullo y viendo a su compañera de trabajo mientras atendía a los
clientes.
Una
vida aparte del oficio, como seres humanos con gustos, la
pareja Herrera siempre se ha involucrado en sus sueños, sus objetivos de vida.
Tienen dos hijos, y los dos profesionales; además tienen cinco nietos que son
parte del fruto de un amor. Pero ellos viven
como esos jóvenes que no se cansan de la vida. “Nos gusta disfrutar de
la vida, de la naturaleza. En general toda la cultura, las artes, la música, la
danza, el teatro, el cine. Compartimos todas esas actividades que construyen un
ser humano” dijo apasionado, mientras su esposa lo afirmaba complementando
algunas de sus palabras.
Las
vidas se cruzan y dejan un mensaje, el señor Oscar Herrera
mencionó que en su oficio se ha visto con varias personas humildes, pero que
tienen un compromiso con su enriquecimiento humano. “Recientemente llegó un
muchacho, estudiante universitario que al mismo tiempo trabajaba en una carnicería;
me decía que no tenía suficiente para comprar los libros, me expresó: ¿serviría
que te trajera un poco de carne para pagarte esos libros? Eso es un ejemplo de
lo que ocurre por el interés de adquirir libros. Dejo de comer algo pero ése
libro me lo llevo”, relató con mucho ánimo.
La
filosofía de una persona es lo que define su vida, y Herrera
mencionó que su labor le ha ayudado a forjarse y dar un mensaje a todos
aquellos a quienes conoce. “Le digo a la gente que disfrute todo lo que viva.
Siempre soy respetuoso de las ideas y de las diferentes visiones. El libro, que es parte de lo que predico,
permite que se profundice la democracia, y ésta permite la libertad de las
personas”, así mismo dijo que en su deber, todo libro tiene como objetivo dar
conciencia al humano, pues es un acto de voluntad de otras generaciones y de
las actuales.
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